Calefacción y conservación: cómo proteger los órganos litúrgicos de tubos y electrónicos en las iglesias

Los órganos de tubos están compuestos principalmente de madera y metal que forman tuberías por donde pasa el aire para producir sonido. La madera es especialmente vulnerable a las condiciones ambientales porque absorbe humedad y puede hincharse o, en ambientes secos, encogerse y agrietarse. Estas variaciones afectan directamente la precisión de la afinación y el funcionamiento mecánico del órgano. El metal, aunque más estable, también cambia su tamaño con la temperatura, alterando la frecuencia de vibración de los tubos y modificando el tono. Además, la humedad afecta la densidad del aire que vibra dentro de las tuberías, lo que puede cambiar la calidad y el tono del sonido. Por ello, para conservar la integridad y el sonido del órgano es fundamental mantener una temperatura constante y una humedad relativa en torno al 55-75%, evitando cambios bruscos que puedan dañar la madera y desajustar la afinación del instrumento.

Respecto a la calefacción, los sistemas que elevan la temperatura de forma lenta y constante son ideales porque generan menos corrientes de aire y mantienen la estabilidad térmica, evitando movimientos inesperados en las tuberías y favoreciendo una afinación más estable. Para prevenir daños, es importante que la temperatura del órgano no se desvíe mucho de la temperatura ambiente en la zona donde están los fieles, evitando así que el órgano esté sometido a condiciones térmicas extremas o variables. También hay que considerar que las iglesias son edificaciones antiguas que en su mayoría resistieron sin calefacción, por lo que es fundamental planificar un sistema de climatización que proteja tanto el órgano como la estructura del edificio, sin crear condiciones dañinas como sequedad excesiva o corrientes de aire fuertes.

En cuanto a los órganos litúrgicos electrónicos, aunque no contienen tubos ni madera, sus componentes internos —como circuitos electrónicos, altavoces y unidades digitales— también se ven afectados por la temperatura, pero de manera diferente. Inicialmente, estos órganos son menos sensibles a cambios puntuales de temperatura y humedad, pero con el paso de los años, la exposición continua a fluctuaciones térmicas provoca un desgaste acumulativo. Este fenómeno se conoce como pérdida de tolerancia térmica, que se traduce en una menor capacidad de sus componentes para resistir y funcionar correctamente frente a variaciones térmicas. En la práctica, la expansión y contracción repetida de materiales dentro del órgano electrónico pueden causar microfisuras en soldaduras, daños en circuitos impresos y deterioro en la precisión de los sistemas electrónicos. Esto puede generar fallos intermitentes, desviaciones en la afinación y disminución en la calidad sonora, haciendo que estos órganos modernos sean cada vez más vulnerables a ambientes con temperaturas inestables. Por ello, aunque requieren menos cuidados que los órganos de tubos, es esencial también mantener condiciones ambientales estables para proteger su funcionalidad y prolongar su vida útil.

Este enfoque integral sobre ambos tipos de órganos subraya la importancia de un control cuidadoso de la temperatura y humedad en las iglesias, para asegurar la conservación y buen desempeño de estos instrumentos que son parte esencial del patrimonio y la liturgia.